Pedagogía del aburrido |
Autor: Cristina Corea |
Data publicación Revista Palabras. Letra y cultura de la región N.E.A. |
No. 1, Buenos Aires, 1995 |
Perfil: Artículo |
Se advertirá en el título la alusión a la Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire, texto |
que marcó la experiencia militante en la educación de los años setenta. Si bien es |
inevitable que hoy la alusión carezca del tono grave del homenaje, quizá la ironía |
impida condenar al texto a convertirse definitivamente en un género -como el |
homenaje- tan propio de la institución escolar. La burla, lejos de impugnar el texto, le |
impone una distancia -se verá- necesaria. Este trabajo quiere retomar esa experiencia. |
Retomarla, mas no repetirla. Confío en que mis palabras aclaren el sentido de ese |
equívoco aparente. |
Voy a tratar un aspecto de la relación de los adolescentes con los medios masivos: de |
los efectos que sólo son visibles en la práctica docente universitaria. Trabajo como |
docente en varios de los ciclos introductorios universitarios de instituciones públicas y |
privadas. |
Lo que sigue es la reflexión que se inició como un intento de tomar las dificultades que |
surgían en esa experiencia. |
La primera premisa para pensar las dificultades de una práctica es implicarnos como |
sujetos de esa práctica. No se tratará de los "problemas de los alumnos"; sino de un |
malestar que nos concierne en tanto individuos implicados en la práctica docente. Que |
estemos en posición de docente o de alumno poco importa: los síntomas del malestar |
emergen en la práctica misma y es allí donde estamos llamados a hacer algo. |
Pero ¿qué síntomas? Difícilmente un docente no se reconozca en la descripción que |
sigue. |
Para empezar, la queja: los alumnos no estudian; no entienden lo que leen; escriben |
cualquier cosa; no tienen interés en el conocimiento, no saben por qué han elegido la |
carrera que eligieron... |
Hay una sensación compartida, creo, por casi todos los docentes: con el paso de los años |
-digamos, desde fines de la dictadura hasta ahora- el criterio de evaluación se fue |
modificando prácticamente -insisto en lo de prácticamente-: el diez en realidad es un |
ocho, el siete un cinco y el cuatro es muchas veces un aplazo sensibilizado que reconoce |
el derecho a la educación. |
Y el síntoma en los alumnos: el aburrimiento, la ausencia -el desinterés-, las dificultades |
para escribir y estudiar (entiéndase: leer e interpretar textos): "no me queda"; "no |
entiendo lo que leo"; "te lo dije con mis palabras y vos no me entendés". |
Son un clásico los diálogos post-parcial, donde el alumno "corrige" oralmente lo que |
dijo por escrito -cuando, se sabe, lo que se evalúa es lo que efectivamente se escribió-. |
Es como si el cuerpo no pudiera retirarse -condición de la escritura- a riesgo de una |
catástrofe del sentido. Catástrofe que significa, ni más ni menos, la ausencia de una |
inteligibilidad mutua: se discute, en definitiva, sobre la naturaleza del sentido. Según los |
docentes, el sentido debe quedar inequívocamente fijado en los signos del texto escrito; |
para los alumnos, el sentido es un discurrir permanente: como si para ellos el parcial no |
terminara nunca; como si el comentario interminable sobre lo que quisieron decir |
formara parte del parcial mismo. |
Si se observa la ambigüedad como un déficit de la escritura, allí están sus autores para |
recordar, una vez más, que "está dicho"; vale decir, presupuesto. En ese contexto, la |
discusión demanda un esfuerzo práctico inmenso para poner a dialogar códigos |
realmente diferentes. Diálogo que, en la mayoría de los casos, no es más que dos |
monólogos yuxtapuestos. |
Todo esto angustia o irrita, cuando no nos deja indiferentes; sensación que a veces se |
teme cercana al desprecio. |
Ahora bien. ¿Cómo tomar partido en el problema? Nuestra experiencia nos muestra que |
la vía más activa es la interpretación. Tal estrategia requiere, en primer lugar, que |
consideremos las perturbaciones manifiestas en la práctica docente en términos de |
síntoma; en segundo lugar, que dejemos de pensar el problema en términos de personas |
o individuos -ni profesor, ni alumno- para ponerlo en términos de discurso. "Síntoma" |
será entonces el nom-bre del desacople entre dos discursos que atraviesan la actual |
experiencia posmoderna de la docencia: el discurso pedagógico y el discurso |
massmediático (vale decir, la red intertextual configurada por la tele, la radio, diarios y |
revistas. |
Hubo un momento de esta historia en que dejamos de pensar las dificultades de lecto- |
escritura de los alumnos -y su consiguiente influencia en los procesos de comprensión- |
en términos de deterioro para empezar a interrogarlas en términos de síntoma. La idea |
de deterioro alude a la traición de una expectativa: la del dispositivo escolar, que |
construye ese horizonte de expectativas como espera de cierto ideal. El deterioro alude a |
una espera decepcionada. Esa decepción es la que da lugar a la queja, escuchada |
sistemáticamente en la Institución Pedagógica. Si la estrategia es interpretar el síntoma, |
dejamos de escuchar a las personas para hacer hablar a los discursos y a las prácticas. |
Esa posición nos impone pensar una serie de cuestiones. |
Por un lado, cuáles son las variaciones discursivas y prácticas que se están operando en |
la cultura y qué consecuencias tienen en la constitución de nuestra actual subjetividad. |
Por otro, cuál es la naturaleza de los discursos que atraviesan hoy la práctica docente y |
qué con-secuencias tienen sobre su eficacia. |
Se ve entonces que el análisis en términos de deterioro o la interpretación en clave de |
síntoma da lugar a dos estrategias distintas. La primera es una estrategia de recuperación |
de lo perdido; se afianza en lo conocido, insiste en su retorno; impide así que se escuche |
la novedad que insiste -sintomáticamente, ya que no se registra- produciendo trastornos. |
La estrategia de la interpretación quiere tomar esa insistencia molesta y hacerla producir |
-vbgr., poner condiciones para escucharla-; es un intento de hacer advenir un término |
nuevo a la situación en que interviene. Por consiguiente, no hay síntoma si no hay |
lectura de sus efectos. |
Nuestra estrategia se propone leer los efectos del desacople donde éste efectivamente se |
produce y no dar cuenta de sus causas. En ese sentido, no está de más señalar que lo que |
aquí se sostiene del discurso massmediático y del discurso pedagógico es válido sólo |
para esta situación sintomática en que se interviene, en la que se vive un malestar. |
Para empezar vamos a partir de una tesis, que ya fue demostrada por alguien en otro |
lado. La transformación del estado-nación en estado técnico administrativo tiene un |
correlato muy fuerte en la variación de la subjetividad: el ciudadano, sujeto de la razón, |
da paso al consumidor, sujeto de la imagen. La imagen es el fundamento del lazo social |
posmoderno. Postulamos que en nuestros días es el discurso massmediático el que da |
consistencia al lazo social. La subjetividad dominante hoy está constituida, básicamente, |
por la práctica del consumo y representada por (y en) el discurso massmediático. Me |
propongo analizar las consecuencias que trae asumir estos postulados con relación a la |
actual situación de enseñanza. |
Está claro que la escuela pública -institución paradigmática de la modernidad- es uno de |
los soportes fundamentales del estado-burgués moderno. Está claro también que el tipo |
de subjetividad que producen las instituciones modernas es el ciudadano, sujeto de la |
conciencia. Recordemos a título ilustrativo el lema de nuestra escuela pública: "educar |
al soberano". |
Ahora bien, si el sujeto se constituye atravesado por los discursos que organizan la |
experiencia cultural de una época, resulta que los actuales sujetos involucrados en la |
práctica pedagógica están constituidos fundamentalmente por el discurso massmediático |
y la práctica del consumo. Aquí se produce un desfasaje, porque mientras la institución |
pedagógica basa su eficacia en la suposición de que en el fundamento de sus prácticas |
hay sujeto del conocimiento, el discurso massmediático y el consumo suponen, |
prácticamente, otra cosa: que hay imagen. Dicho de otro modo: la institución escolar |
supone un sujeto que ya no está; o que no está supuesto ni provisto por el discurso |
hegemónico. En las prácticas culturales posmodernas -comunicación, consumo, nuevas |
tecnologías- la imagen ha desalojado prácticamente al sujeto de la razón. |
El supuesto es decisivo porque garantiza la coherencia discursiva; organiza la |
coherencia situacional de las prácticas y enunciados reconocidos pragmáticamente bajo |
su dominio. El supuesto, en la medida en que es implícito, funciona como si existiera un |
acuerdo previo entre los sujetos involucrados en una situación, lo que le otorga su |
consistencia imaginaria. |
Por consiguiente, una de las condiciones de la eficacia de un discurso reside en la |
existencia práctica y situacional de acuerdos sobre sus supuestos. Tenemos entonces una |
fórmula del funcionamiento del supuesto: acuerdo implícito y de hecho sobre el |
implícito. |
Estos pactos sobre el implícito, en la medida en que son eminentemente prácticos, son |
provisionales. Vale decir, duran lo que dura la hegemonía de las prácticas. Así, prácticas |
típicamente modernas, como la política de representación, la pedagogía, la lecto- |
escritura, etc. -basadas en el supuesto del conocimiento- produjeron la consistencia del |
sujeto de la conciencia. |
Otra condición de la eficacia de un discurso es que su interpelación sea eficaz. Esto es, |
que el acto por el cual un discurso invoca a un sujeto como miembro de una institución |
tenga como resultado la inclusión del individuo en el lugar institucional que le está |
destinado: alumno, docente, modelo publicitario, periodista, etc. -para nombrar las |
subjetividades que están en hoy en juego-. |
Hay eficacia de la interpelación si hay reconocimiento: si el discurso reconoce al |
individuo como miembro de la institución; si el individuo se siente reconocido en la |
imagen que el discurso le propone. Si falta el reconocimiento de alguna de las partes, la |
interpelación ha fracasado. Un síntoma de ese fracaso es la indiferencia. |
Yo pensaría la ineficacia de la interpelación pedagógica en estos términos: los |
individuos no responden al llamado del discurso en tanto que alumnos -sujeto supuesto |
por el discurso pedagógico-, sino en tanto que modelos publicitarios, entrevistados, |
encuestados -sujeto real de la cultura-. Se produce un desacuerdo entre el sujeto |
imaginado por el discurso pedagógico y el sujeto real constituido por las prácticas |
hegemónicas cotidianas. En otras palabras: cambiaron radicalmente las condiciones |
culturales en que se ejerce hoy la pedagogía. |
Tomemos una situación ejemplar del discurso pedagógico: la evaluación. El momento |
de la evaluación es "la" instancia de reconocimiento del discurso pedagógico; la nota - |
como opera-ción- transforma al individuo en sujeto-alumno del discurso. No interesa si |
el alumno alcanzó o no los objetivos; el enunciado declara la pertenencia del individuo a |
la institución: hay reconocimiento. El individuo se identifica con el supuesto sujeto del |
conocimiento, o tiene que esforzarse todavía más para alcanzar el ideal -aún ignora el |
conocimiento-. |
Ahora, si el sujeto supuesto no coincide con el sujeto real de las prácticas, el enunciado |
no toca al individuo; esta forma de reconocimiento no es pertinente para este individuo |
que, seguramente, se siente reconocido en otro lado, por otro discurso, en otra |
interpelación. La respuesta -sintomática- es la indiferencia, el aburrimiento, la abulia. |
Desde el interior de la institución pedagógica esto se percibe con la sensación de que: "a |
los chicos de hoy no les interesa el saber; carecen de curiosidad, de espíritu crítico", |
etcétera, etc., etc. En fin, queda la sensación, para la institución pedagógica, de que |
cultura y saber no constituyen para ellos un capital simbólico. |
La pregunta que cabe es qué instancia de reconocimiento le disputa hoy eficacia al |
discurso pedagógico. |
Como todo sujeto ideológico, el sujeto de la imagen se constituye en una interpelación. |
¿Quién interpela al individuo en tanto que imagen? El discurso massmediático -y |
sospechamos que la instancia de reconocimiento pertinente aquí es la entrevista o la |
encuesta de opinión. Se ve que la entrevista también dispone, como la situación de |
examen, de un dispositivo que involucra a dos sujetos, uno en posición de interrogar y |
otro en posición de responder. Pero ¿cuál es el estatuto de la pregunta periodística, y |
cuál el de la pedagógica? En ambos casos, no se trata de un interrogador que duda. Se |
interroga para constatar el supuesto del discurso y confirmar allí al sujeto interrogado. |
Lugar común, se dirá, en la medida en que es compartido por todos los individuos |
confirmados por el discurso en cuestión. Pero se advertirá que el discurso mediático y el |
discurso pedagógico confirman a los sujetos en lugares distintos: la imagen y el |
conocimiento, respectivamente. Esto es: la interpelación massmediática desaloja |
prácticamente al sujeto pedagógico. Ambos sujetos no pueden ser confirma-dos en un |
lugar común. |
De este modo los ya catalogados "problemas de comprensión y de lecto-escritura" |
reaparecen como síntoma del desacople discursivo en la situación de evaluación |
pedagógica. |
Veamos un poco la naturaleza de estos dos discursos en juego. Los llamaré discurso de |
la letra y de la imagen . El primero establece entre sus unidades relaciones basadas en la |
"recuperación" de los elementos para producir sentido. Esa recuperación, asociada al |
carácter lógico-temporal de la secuencia -operaciones de "puesta en cadena"- instituye |
la memoria. La temporalidad así instaurada es una sucesión progresiva: un término |
sucede a otro pero no lo sustituye; lo conserva en la construcción global del sentido. Las |
unidades viven de la permanencia: los renglones escritos están a disposición del lector, |
que puede ir y venir sobre la textura del enunciado cuantas veces quiera. |
Por otro lado, las relaciones de solidaridad entre unidades están asociadas a un rasgo |
propio del discurso de la letra: la clausura. Esa clausura -que no atañe al agotamiento |
del tema- es una indicación de que el enunciado espera una réplica -otro enunciado; |
incluso el silencio-. Es decir que en este tipo de discursos la clausura del enunciado |
funciona como un pedido de respuesta. Un texto así genera un lector-réplica. |
El discurso de la imagen es un discurso sin clausura y este rasgo, asociado a la lógica de |
sustitución sin resto de sus términos, es el principio que organiza la serie. La |
temporalidad que instaura la lectura de la imagen es una temporalidad del instante. En la |
lectura de la imagen la memoria es un excluido estructural. |
Este discurso prescribe entre sus términos reemplazos sin recuperación: el término que |
pasó no permanece localizable -"en el renglón de arriba"- sino que cae en una especie |
de no ser. Una imagen sucede a otra y ésta a otra; pero la construcción de sentido no |
depende -al menos no estrictamente- de la remisión de unas unidades a otras. Un |
término y el siguiente tienen algo que ver, pero no puede establecerse lógicamente qué |
tienen que ver. |
El lector que supone la serie sin clausura es un lector-espectador: asiste a una escena |
montada por el discurso pero no interviene en calidad de sujeto de réplica. No |
interviene, se entiende, porque la naturaleza del discurso lo impide. |
En suma. Dos gramáticas distintas. Institución operacional de la memoria frente a su |
exclusión estructural. Protocolo de lectura de réplica frente a una lectura-espectáculo. |
En términos descriptivos, estamos ante dos funcionamientos discursivos distintos -a |
cada cual lo que le corresponde, dirá un espíritu conciliador-. Pero si pasamos de la |
situación teórica a la práctica, las cosas son tan alentadoras; algo anda mal. Leer un |
texto universitario con la disposición subjetiva de un espectador de videos, tiene como |
resultado un trastorno serio en las operaciones más elementales de la comprensión: |
imposibilidad de poner en cadena el conocimiento; imposibilidad de "retener" el sentido |
de lo que se lee. Recuerdo aquí algunos comentarios de docentes sobre la dificultad de |
retomar de una clase para otra algo que quedó pendiente (esto se agrava, aparentemente, |
de un año a otro: es muy difícil contar de una materia a otra con contenidos dados; lo |
que cuestiona prácticamente la vigencia actual de las correlatividades). El otro |
comentario es un clásico: la atención de los alumnos no dura más de quince minutos. |
Los trabajos de escritura de los alumnos presentan una resolución textual que manifiesta |
en sus gramáticas de producción -que deberían sujetarse al protocolo de la letra- los |
rasgos propios de las gramáticas de reconocimiento características del discurso |
audiovisual. El parcial es el resultado de la incoherencia práctica entre dos lógicas, la de |
la letra, soporte de la voz del docente; la de la imagen, soporte de la voz del alumno. |
Esta incoherencia se sutura, no obstante, con un número: la nota. ¿Sobre el criterio de |
qué gramatical se asienta el número? La nota sutura, pero no siempre sobre el mismo |
principio. Tal labilidad no deja de angustiarnos. |
Este desajuste entre las gramáticas de reconocimiento y de producción debe ser leída en |
términos de fuerza. Humpty Dumpty diría "lo importante es saber quién dicta la norma". |
Porque es obvio que el traslado de la gramática del discurso audiovisual sobre la |
producción del texto escrito responde a una hegemonía cultural de las prácticas de |
lectura audiovisual; a una creciente ausencia -también práctica- de las operaciones de |
lecto-escritura en la vida cotidiana. |
Aquí es preciso detenerse, para evitar cierto tono maniqueo -cuando no melancólico- |
que se suele advertir en los análisis como el que aquí propongo: sí a la productividad de |
la letra; no a la pasividad de la imagen. Quiero afirmarme en la idea -que considero más |
productiva- del desacople por sobre el lamento de la pérdida. |
Y es que sin duda los efectos más decisivos de los medios masivos en la cultura escapan |
a la dimensión consciente: la experiencia audiovisual fuerte de nuestra época es menos |
comunicativa que escópica. Como experiencia ligada a la pulsión, la satisfacción del |
deseo visual habilita nuevas formas del placer. Y esta es, probablemente, una de las |
ventanas del aburrimiento adolescente. |
Lo que acabo de exponer sugiere inmediatamente dos actitudes -dos tentaciones- que |
me atrevo a llamar esquemáticamente: autoritaria (moderna) y demagógica |
(posmoderna). |
La primera actitud se hace cargo del problema en términos de deterioro. Lo niega como |
problema inherente al discurso pedagógico y transforma su práctica en una práctica de |
asistencia: chapa y pintura; reparar el tejido allí donde se raja. Dejar a salvo lo instituido |
a cualquier precio. Refuerza los supuestos del discurso pedagógico sin interrogar su |
validez ni su eficacia: restauración y conservación. El déspota, en su versión enérgica y |
rigurosa -el padre- obliga a los estudiantes a alcanzar los objetivos pedagógicos. En su |
versión benévola funciona como madre, los asiste y protege: toma el problema de los |
alumnos como suyos; lo comparten, pero ambos identificados entre sí y con el ideal |
que, las más de las veces, padecen. |
La segunda actitud, la del demagogo posmoderno, es la del que queda fascinado por el |
sujeto real; responde plenamente a la demanda de ese nuevo habitante de la situación |
pedagógica, disolviendo la práctica docente en una práctica de consumo, regulada por |
las leyes del mercado. El demagogo responde solícito y exhaustivamente a la demanda |
del alumno; satisface necesidades, presta un "servicio" a los alumnos. |
Cabe otra actitud, quizá mas incierta, quizá menos confiada, quizá más reservada, que |
consiste en compartir el problema como problema. Fundar el lazo pedagógico sobre este |
problema compartido es la condición actual de nuestra práctica. De ahí habrá que sacar |
consecuencias porque si bien no compartimos el supuesto, al menos compartimos el |
problema de no compartir el supuesto. |
La modernidad produjo el sujeto del inconsciente en las fallas o intersticios de la razón, |
y ese supuesto organizó la consistencia ideológica de innumerables prácticas y |
discursos. Esa intervención sobre la razón dialectizó el supuesto y amplió el universo de |
las experiencias, incluso la pedagógica. En nuestros días, cabe pensar las condiciones de |
intervención en los intersticios dejados por el discurso massmediático y la práctica del |
consumo. Porque el tedio adolescente es un dedo que señala; bien puede ser el indicio, |
entre otras cosas, de que algunas experiencias están agotadas. |
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